El arrebato de la pasión debe frenarse con la serenidad para no causar destrucción

De V. Crespo
Reflexiones de un fin de semana alejado en plena naturaleza.

La pasión es capaz de asomar a la vida lo que ha de vivir, pero una vez cumplida la misión, es la serenidad la que permite que lo nacido se desarrolle y crezca.

Solo hay que observar la naturaleza y esta reflexión queda patente. No hay pasión constante aplicada sobre un ente vivo que le permita a este desarrollarse. En todo caso lo destruye y aniquila, como Saturno devorando a su hijo.

Saturno de Rubens
La pasión es la fuerza de empuje, la que rompe y crea, pero hasta ahí llega su papel. Después, lo creado demanda esa maravillosa parsimonia, no aburrida ni carente de matices, que le permite a la existencia percibir su entorno de forma amable, tranquila, armoniosa...como el abrazo de una madre a su hijo.

Vivir en la pasión frenética y constante es morir a cada instante, es no encontrar la paz, pues la lujuria requiere de la serenidad para volver a rearmarse una vez lo engendrado ha completado su ciclo vital.

¿Podrían los planetas girar en torno al sol sin esa paz de la que hablo? La Gran Explosión (pasión) lo trajo todo a la luz, pero es la rutina cósmica la que invita a que la vida haya podido desarrollarse.

Ambas, pasión y serenidad, son respectivamente las hermanas que alumbran y permiten la prolongación de la creación, cada una con su parcela de tiempo y lugar.

Observa sino aquello de lo que nos hemos alejado y lo comprobarás.

Observa los campos y reconocerás en ello el papel de cada estado.

La naturaleza, sabia, una vez más.

Foto: Saturno devorando a su hijo (Rubens).
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